Los bomberos son unos auténticos sacerdotes del servicio público y es tal su consagración, que trabajan sin horarios y sin límites de espacios a pesar de que ganan salarios de miseria.
A su auxilio recurre la ciudadanía cuando enfrenta los peligros de incendios, cuando hay terremotos y derrumbes, cuando hay que salvar vidas de accidentados o cuando hay que rescatar a ahogados o personas en situación de extrema calamidad.
Pese a que siempre están disponibles para salir presurosos a cumplir cualquiera de estas misiones e, inclusive, para movilizarse hasta un lugar por algún suceso que no amerita tanto de su presencia o sencillamente por una falsa alarma, frente a ellos ni los ayuntamientos ni el Estado mismo parecen tener la urgencia de resolverles su crítica y precaria situación salarial.
La mayoría gana entre mil y dos mil quinientos pesos, y carece de seguro médico. El día que uno de ellos se enferma o se accidenta no dispone de la protección de un seguro que cubra sus atenciones de salud, no obstante existir, dentro del sistema de la seguridad social, planes accesibles para gozar de estas facilidades.
Los presupuestos de los diferentes cuerpos bomberiles son bajos y ni qué decir de la precariedad de equipos. Sin embargo, esos cuerpos tienen que responder a cualquier emergencia en sus pueblos, y hasta más allá, con lo que tengan a disposición, lo que quiere decir que los bomberos se juegan a diario sus propias vidas tratando de salvar las de otros, sin importar estas limitaciones.
Es una verdadera injusticia que para el caso de estos esforzados servidores públicos, la paga municipal o estatal sea tan ridícula, mientras la burocracia adolece de tantas “botellas”, especialmente de gente que sólo cobra jugosos sueldos sin dar un golpe a favor del bienestar colectivo.
Hay que corregir esta desigualdad y hay que darle a los bomberos el pago justo merecido por su permanente vocación de servicio, por los riesgos que asumen para proteger a la ciudadanía, y por la gallarda actitud con que trabajan, siendo sus salarios tan insuficientes que no les alcanza para vivir de un modo más digno.
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